Cambios en la gestión financiera

Por: Haivanjoe NG Cortiñas


Como todas las crisis, la económica-financiera también trae consigo ventajas y desventajas. Las desventajas generalmente son obvias, mas las ventajas no lo son.
Hoy día las principales economías del mundo desarrollado están atravesando por una fuerte crisis financiera, en algunos casos con características sistémicas y con metástasis en otros sectores económicos; aunque en estos días se pueden observar alivios a propósito del plan de salvamento financiero de Estados Unidos, aprobado el pasado 3 de octubre por el poder legislativo y promulgado al día siguiente por el presidente George Bush.
La crisis financiera de Estados Unidos no se originó en septiembre del 2008, ni explotó ese mismo mes y año; por el contrario, se gestó antes del 2007, con el otorgamiento de crédito de alto riesgo, y comenzó a manifestarse en verano de ese año, con la crisis de los subprime, que luego se reflejó en olas y tormentas financieras bursátiles, especialmente las de la bolsa de Nueva York. Ahí el comienzo de la crisis.
Las desventajas han sido obvias, no sólo para la macroeconomía de Estados Unidos y de algunos países de Europa y Asia, sino también para sus microeconomías: caída del empleo, del producto bruto interno, de la tenencia del crédito hipotecario, del consumo, el colapso de empresas y hasta el cuestionamiento al fundamentalismo del modelo de la economía de mercado como solución a la crisis. Al parecer revivió Keynes.
Las desventajas para los países menos desarrollados no necesariamente tienen el mismo denominador común. Algunos de esos países, sus economías, han sido impactadas de manera negativa, como México y El Salvador, en donde las remesas han caído, casi como las hojas de los arboles de la economía norteamericana, como presagio de su presente estación del año, el otoño.
Sin embargo, en otras economías como la dominicana, sus remesas no cayeron en el 2007, y aún no lo han hecho en el 2008, tal vez porque nuestro país caribeño sólo tiene una estación, su verano caliente.
De todas maneras, ese no es el tema central; sino sólo colateral. El central son los cambios que deberán producirse en la gestión financiera, tanto para el que invierte como para los que facilitan los recursos del financiamiento.
Los cambios en la gestión financiera, dentro del sistema de intermediación bancaria, apuntan a centrarse en cuatro vectores básicos: El primero, aunque no por ello el más importante, la calidad de la calificación de riesgo deberá ser aumentada como exigencia a los sujetos de crédito; el segundo, los aportes propios de capital de los sujetos del financiamiento deberán aumentar como porcentaje del total de la inversión; tercero, el otorgamiento del plazo deberá ser menor y, cuarto, las expectativas respecto a tipo de cambio deberá jugar una mayor importancia, al menos hasta que la curva de la crisis comience a experimentar cambios ascendentes en cuanto a la recuperación económica.
Como complemento a esos cambios, desde la acera de la regulación, se deberá exigir mayores niveles de transparencia sobre la información financiera, establecer sistemas de regulación a las firmas calificadoras de riesgo, en cuanto a la calidad, mayor exactitud y revelación de la información; así como la necesidad de un mejor sistema de cooperación entre los organismos reguladores. En otras palabras, de vuelta a un mayor modelo de regulación. Esos cuatro vectores, el riesgo, el aporte propio de capital, el plazo y el tipo de cambio, probablemente jugarán el papel de aumentar la calidad de la gestión financiera, al menos para la recuperación o para contribuir a blindar el sistema financiero de los países afectados por la crisis y los que aún están expuestos a ser impactado negativamente.
Naturalmente, las ventajas de los cambios en la forma de hacer gestión financiera tendría efectos colaterales en la economía. En el corto plazo previsiblemente afectaría la demanda de crédito hacia la baja, y con ello aumentaría la liquidez del sistema financiero en forma involuntaria, bajaría las tasas de interés y disminuiría la producción y el empleo.
La política monetaria tendría entonces nuevos espacios para hacer política; pero no política partidista; sino tal vez algo más de keynesianismo.

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