¿Cómo evitar el prolongado letargo de la economía?



Joseph E. Stiglitz rebelion.org 17-08-2011

En este diluvio de malas noticias económicas, el único pensamiento reconfortante es que las cosas podrían haber sido peores: el conjunto de las tres agencias clasificadoras habrían podido bajar la nota a los EE.UU., las Bolsas podrían haber caído más aún y los EE.UU. podrían haber caído en el default de su deuda.

La opinión general es que todavía existe, en este nuevo episodio de la Gran Recesión el elevado riesgo de que las cosas empeoren, sin que los gobiernos encuentren un instrumento eficaz. El primer punto es certero, pero el segundo no lo es.

Durante la crisis –y aún antes– los economistas keynesianos plantearon una coherente interpretación de los acontecimientos. Antes de la crisis, y en gran medida en los EE.UU., la economía mundial se hallaba sostenida por una burbuja. La explosión de la burbuja dejó un excedente de endeudamiento e inmobiliario. El consumo se mantendrá bajo y en ambos lados del Atlántico la austeridad garantiza que no será el Estado quién llene el vacío. No es sorprendente, por lo tanto, que en estas condiciones las empresas –aún las que tienen acceso a los capitales– se resistan a invertir.

Es cierto que quienes se preocuparon por la falta de instrumentos políticos, en parte tienen razón. La mala política monetaria que nos ha sumergido en el cenagal no está en condiciones de auxiliarnos. Pero si logramos calmar a los halcones de la inflación de la Reserva Federal, un tercer período de flexibilización cuantitativa sería todavía menos eficaz que el precedente. El que más contribuyó probablemente a generar burbujas en los mercados emergentes, sin relanzar sin embargo los préstamos ni las inversiones en los EE.UU.

El anuncio realizado por la Reserva Federal de que mantendría sus tasas testigo a un nivel cercano a cero durante los dos años próximos revela manifiestamente su desesperación ante las dificultades económicas. Por lo tanto aunque esa medida consiga poner límites, por lo menos temporalmente, a la caída de los precios de las acciones, no echará las bases de la recuperación: no son las elevadas tasas de interés las que impiden reflotar la economía.

Las grandes empresas regurgitan liquidez, pero los bancos no otorgan préstamos a las empresas medianas y pequeñas que en toda economía son fuente de creación de empleos. La FED y el Tesoro han fracasado lamentablemente en la revigorización de ese tipo de préstamos, que serían mucho más eficaces para reactivar la economía que el mantenimiento de bajas tasas de interés hasta 2015.

Por lo tanto la verdadera solución, al menos en lo concerniente a países como los EE.UU., prestar a bajas tasas de interés es sencilla: utilizar el dinero para proceder a inversiones altamente rentables. Eso reactivaría el crecimiento y generaría ingresos fiscales, reduciendo de ese modo la relación entre la deuda y el producto bruto interno (PBI) y mejorando la sustentabilidad de la deuda.

Aun con las condiciones presupuestarias que conocemos, reorientar los gastos y los impuestos hacia el crecimiento –reduciendo las retenciones salariales y aumentándoles los impuestos a los ricos, pero bajándoles también los impuestos a las empresas que invierten y aumentándoselos a las que no lo hacen, permitiría mejorar la sustentabilidad de la deuda.

Las políticas actuales se resisten sin embargo a encarar esas soluciones. Los mercados saben que la ola de bajos impuestos y de fetichismo que circula actualmente por el Atlántico norte significa que no existe disponible ningún instrumento: la política monetaria no funcionará, la política presupuestaria está trabada, el crecimiento declinará y el mejoramiento de los déficit (resultado de la austeridad) será decepcionante.

Pero, como lo muestra la degradación anunciada por Standard and Poors (S&P), también los mercados tienen su agenda política. Ningún economista se contentaría con tomar en consideración solo la columna deudora del balance. Es sin embargo lo que ha hecho S&P. Más revelador es aún el hecho de que los EE.UU. regulan su deuda en dólares y que son ellos los que controlan la emisión de billetes. No hay por lo tanto ningún riesgo de default excepto en el tipo de pantomima política que nos acaba de brindar S&P.

Los mercados se equivocan a menudo, pero el balance de las agencias de calificación no inspiran confianza, en todo caso no se justifica ciertamente que se sustituya la opinión convergente de millones de personas por el criterio de un puñado de “tecnólogos” que trabajan para una firma cuya conducción y motivaciones son problemáticos. Los dirigentes europeos tienen razón cuando acaban de pedir que no hay que fiarse demasiado de las calificaciones de esas agencias.

Europa y Estados Unidos se hallan actualmente enfrentados a excepcionales dificultades políticas. Es difícil opinar sobre cual de las situaciones es peor: la parálisis estadounidense o la tambaleante estructura política europea. Los dirigentes europeos han tomado medidas decisivas pero los acontecimientos van más rápido aún que sus ratificaciones y su puesta en marcha.

En Europa la relación entre la deuda y el PBI es más baja que en los EE.UU.; si tuviera igualmente un adecuado presupuesto común, Europa estaría en mejores condiciones que los EE.UU.

El otro problema de Europa es que hay demasiada gente que piensa que la austeridad presupuestaria es la respuesta adecuada. Recordemos sin embargo que antes de la crisis España e Irlanda registraban excedentes y una débil relación entre deuda/PBI. Aumentar la austeridad no tendrá otro resultado que desacelerar el crecimiento de Europa y acrecentar los problemas presupuestarios.

Los responsables europeos no advirtieron sino ahora que Grecia y los demás países alcanzados por la crisis necesitaban crecer y que la austeridad no es el camino.

Todo lo anterior acrecienta la probabilidad de que el Atlántico norte sufra una recesión de doble vacío, pero tampoco hay nada mágico en el número cero. La tasa de crecimiento crítica es aquella a partir de la cual deja de ahondarse el déficit laboral. El problema es que la actual tasa de crecimiento de Europa y de los EE.UU. que está alrededor del 1% es menos de la mitad de lo que se necesitaría para lograrlo.

A comienzos de la recesión, escuchamos muchas amables palabras acerca de que habíamos aprendido lecciones de la Gran Depresión y del prolongado letargo japonés. Ahora sabemos que no habíamos aprendido nada. El plan de reactivación estadounidense es demasiado modesto, poco durable y mal concebido.

No se ha obligado a los bancos a volver a prestar. Nuestros dirigentes han intentado camuflar las debilidades de la economía, temiendo tal vez que hablando francamente se corría el riesgo de destruir totalmente una confianza ya demasiado frágil. Pero la partida ya está perdida.

Ahora la amplitud del problema ha salido a la luz y ha surgido una nueva certeza: la certeza de que cualesquiera que sean las medidas que se adopten, las cosas van a emporar. Un prolongado letargo parece ser de ahora en más el escenario más optimista.

•Traducido para Rebelión por Susana Merino. Imagen: New York Times.


Fuente: http://www.lemonde.fr/idees/article/2011/08/16/joseph-stiglitz-comment-eviter-une-longue-lethargie-de-l-economie_1560104_3232.html


Diez Razones por las que E.E. U.U. está condenado a repetir la crisis




Seguro que sabe lo que dijo George Santayana (filósofo español-estadounidense) sobre las personas que olvidan el pasado. Pero somos incluso aún más tontos. Estamos condenados a repetir el pasado no porque lo hayamos olvidado, sino porque nunca hemos aprendido las lecciones.


Por: Brett Arends
La última crisis financiera no terminó, pero ya podríamos empezar a prepararnos para la próxima.
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1. De la última crisis, estamos aprendiendo las lecciones equivocadas. La burbuja inmobiliaria, ¿en realidad fue causada por Fannie Mae, Freddie Mac, la Ley de Reinversión en la Comunidad, Barney Frank, Bill Clinton, los “liberales”, y así sucesivamente? Eso es lo que ahora alega un creciente ejército de personas. Sólo hay un problema. Si es así, ¿cómo es entonces que también hubo una gigantesca burbuja inmobiliaria en España? ¿Y qué decir acerca de las enormes burbujas inmobiliarias en Irlanda, el Reino Unido y Australia? ¿Todo lo provocó Barney Frank? ¿Y las burbujas por toda Europa del Este y otras regiones? Me reiría, pero decenas de millones de personas son engañadas por este artificio que es promovido con el propósito de cubrir a los verdaderos culpables para que puedan escapar. Y está funcionando.
2. Nadie fue castigado. Ejecutivos como Dick Fuld, de Lehman Brothers, y Angelo Mozilo, de Countrywide, junto con muchos otros, se llevaron cientos de millones de dólares en efectivo antes de que el barco se estrellara contra las rocas. Prestamistas depredadores y deshonestos prestamistas hipotecarios hicieron millones de dólares en ganancias ilícitas. Sin embargo, no están en la cárcel. Ni siquiera son sometidos a un proceso penal. Salieron impunes. Como regla general, cuanto peor se haya comportado uno entre 2000 y 2008, mejor ha sido tratado. Y por eso volverán a hacerlo. Está garantizado.
3. Los incentivos siguen siendo deshonestos. La gente ajena al mundo de las finanzas -desde respetados analistas políticos como George Will hasta la gente común- todavía no puede entenderlo. Las reglas de Wall Street no son las mismas que en el resto de la sociedad. El tipo que maneja un banco en Wall Street no está expuesto la misma ecuación de “riesgo/recompensa” que, digamos, un tipo que maneja una tintorería. Tomemos todas nuestras imágenes mentales de la empresa de libre mercado estadounidense y pongámoslas a un lado. Esto es totalmente diferente. Para la gente de Wall Street, si sale cara, ganan, y si sale ceca, vuelven a tirar. Gracias a las acciones restringidas, las opciones, el juego de las bonificaciones, la titularización, estructuras de comisiones, transacciones con información privilegiada, ser “demasiado grande para quebrar” y la responsabilidad limitada, se les paga para comportarse de forma imprudente y pierden poco -o nada- si las cosas salen mal.
4. Los árbitros son corruptos. Se supone que tenemos un sistema de libre empresa amparado en la ley. Con un único problema: los jugadores pueden sobornar a los árbitros. Imaginemos que eso ocurriera en la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL, por sus siglas en inglés). Los bancos y otros sectores colman de enormes cantidades de dinero al Congreso, los presidentes y todo el establishment de ayudantes, asesores y parásitos de Washington. Lo hacen a través de contribuciones de campaña. Lo hacen a través de US$500.000 en honorarios por conferencias y privilegios en una mesa de directorio a la hora del retiro. Y lo hacen gastando fortunas en grupos de lobby así uno sabe que si se portan bien cuando están en el gobierno, también pueden obtener un trabajo de US$500.000 al año como cabildero al jubilarse. ¿Qué tan grandes son los sobornos? El sector financiero gastó US$474 millones sólo en lobby el año pasado, según el Center for Responsive Politics (una organización independiente y sin fines de lucro con sede en Washington DC).
5. Las acciones se han disparado otra vez. El índice de Standard & Poor’s 500 se duplicó desde los mínimos de marzo de 2009. ¿No es una buena noticia? Bueno, sí, hasta cierto punto. Porque es cierto que en gran parte se debe al deterioro del dólar (cuando el dólar baja, Wall Street sube, y viceversa). Y nos olvidamos de que hubo enormes alzas en Wall Street en el marco de los mercados bajistas de las décadas de 1930 y 1970, al igual que en Japón en la de 1990. Sin embargo, el auge del mercado, dirigido en especial hacia las acciones más riesgosas y de peor calidad, aumenta los riesgos. Deja a los inversionistas menor margen para las sorpresas positivas y mucho más lugar a la decepción. Y las acciones no son baratas. La rentabilidad por dividendo en el S&P es sólo de 2%. De acuerdo con una medición de largo plazo -”la teoría de la q de Tobin”, que compara los precios de las acciones con el costo de reposición de activos de la empresa- las acciones están ahora cerca de 70% por encima del promedio de las valoraciones. Además, en EE.UU. tenemos el envejecimiento de la población del “baby boom” de posguerra, que todavía tienen muchas acciones y que van a venderlas a medida que se acerquen a la jubilación.
6. La bomba de tiempo de los derivados es más grande que nunca, y en cuenta regresiva. Justo antes del colapso de Lehman, en lo que ahora llamamos el punto más alto de la última burbuja, las empresas de Wall Street llevaban riesgosos derivados financieros en sus libros, por un valor astronómico de US$183 billones (millones de millones). Eso representaba 13 veces el tamaño de la economía de Estados Unidos. Si suena una locura, lo era. Desde entonces, hemos tenido cuatro años de pánico, una presunta reforma y el retorno a la sobriedad financiera. Ahora bien, ¿a cuánto asciende cifra ahora? Unos US$248 billones. En serio. Ah, los buenos tiempos.
7. El antiguo régimen está al mando. Me tengo que reír cada vez que escucho a los republicanos despotricar porque Obama es “liberal” o “socialista” o comunista. ¿Están bromeando? Obama es un Bush. Un poco más parecido al más viejo que al más joven. Pero veamos quiénes siguen manejando la economía: Bernanke. Geithner. Summers. Goldman Sachs. J.P. Morgan Chase. Hemos tenido al mismo establishment a cargo desde al menos 1987, cuando Paul Volcker se retiró como presidente de la Reserva Federal. ¿Cambio? ¿Qué “cambio”? (E incluso lo poco que teníamos era demasiado para Wall Street, que en 2010 se compró un Congreso nuevo y más obediente).
8. Ben Bernanke no entiende su trabajo. El presidente de la Reserva Federal hizo una asombrosa admisión en su primera conferencia de prensa. Citó el auge del índice Russell 2000 de acciones riesgosas con pequeña capitalización como una señal de que el “relajamiento cuantitativo” había funcionado. La Reserva Federal tiene por ley un doble mandato: bajar la inflación y bajar el desempleo. Ahora, al parecer, tiene una tercera obligación: impulsar la cotización de las acciones de Wall Street. Esto es una locura. Se termina bien, me sorprenderé.
9. Estamos apalancando como locos. ¿Busca de una “burbuja crediticia”? Ya estamos en ella. Todo el mundo sabe acerca de la disparatada deuda federal, y del riesgo de que el Congreso no eleve el techo de la deuda. Pero eso es sólo una parte de la historia. Las corporaciones de EE.UU. han tomado prestado US$513.000 millones en el primer trimestre. Están pidiendo el doble de préstamos que a fines del año pasado, cuando la deuda corporativa ya estaba en alza. Los ahorristas, desesperados por obtener ingresos, van a comprar casi cualquier tipo de bono. No sorprende que los rendimientos de los bonos de alto rendimiento se hayan derrumbado. Basta de hablar acerca de que hay “efectivo en los balances”. Las corporaciones estadounidenses no financieras en general están profundamente endeudadas, en el orden de los US$7,3 billones. Eso es un nivel récord, y un aumento de 24% en los últimos cinco años. Y cuando se suman deudas de los hogares, la deuda pública y las deudas del sector financiero, el nivel de deuda alcanza al menos los US$50 billones. Más apalancamiento implica más riesgo. Es algo que está en la primera página de los manuales de economía.
10. Las sobras de la economía real en el tanque. La segunda ronda de relajamiento cuantitativo no ha conseguido nada notable a excepción de bajar el tipo de cambio. El desempleo es mucho, mucho más alto que lo que dicen las cifras oficiales (por ejemplo, incluso la letra chica del Departamento de Trabajo de EE.UU. admite que uno de cada cuatro hombres de mediana edad carece de empleo a tiempo completo, lo que es asombroso). Nuestro déficit de cuenta corriente es de US$120.000 millones al año (y no se ha registrado superávit desde 1990). Los precios inmobiliarios están en caída, sin recuperarse. Los salarios reales están estancados. Sí, la productividad aumenta. Pero eso, irónicamente, también ayuda a reducir el empleo.
Seguro que sabe lo que dijo George Santayana (filósofo español-estadounidense) sobre las personas que olvidan el pasado. Pero somos incluso aún más tontos. Estamos condenados a repetir el pasado no porque lo hayamos olvidado, sino porque nunca hemos aprendido las lecciones.








Sacado del Blog UMBRAL

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