La pobreza mayor


EL NACIONAL 11-2-11/ Pablo McKinney (pablomckinney.com)

Pobres de pan, salud, empleo, transporte o vivienda, siempre hemos sido por aquí, aunque en esos renglones posiblemente somos hoy mucho menos pobres que antes.

Aunque no deja de ser preocupante el nivel de pobreza material que padece más de una tercera parte de la población dominicana, hoy existe en el país un problema más grave, muchísimo más grave.

Hablo de la pobreza de espíritu, orfandad de valores, sueños que inspiren la lucha cotidiana. Y por supuesto hablo de paz; pero no de esa paz individual que enseñan los gurús orientales, sino la paz que ofrece la mínima seguridad ciudadana, ese libre andar cerrando el bar de la esquina, inventado con la noche de un güiquen la vida, sin la posibilidad cierta, ay, de encontrar la muerte… la extorsión, el robo, el chantaje.

En los últimos años, al país se le ha echado encima la peor de las pobrezas. Hablo de carecer de la esa elemental libertad que significa poder circular por la ciudad sin más temor que el recuerdo de un amor contrariado ausente, sin más incertidumbre que un regreso, con sus besos, of course.

Anoche, estuve de visita por la Casa de Teatro. Como siempre ocurre, la buena conversación con Freddy y sus amigos llevó al vino y terminó con las canciones valientes y juveniles y llenas de fuerza de Vicente y Janio. Dos sobrinos.

El problema fue al regreso. Patrullas policiales detienen a ciudadanos sin ningún pretexto y para extorsionar por la falta de una “Revista”, o, si el ciudadano tiene hasta “la palmita” o le es conocido, decirle: “hermano, déjenos algo para la cena.” Esa es la Policía Nacional que debería cuidarnos, pero su sola presencia nos asusta.

Joder, don Radha, ahora sí que somos pobres de verdad.

En los años 80 asistí en Colombia a unos talleres de periodismo científico. Me recomendaron no llevar cámara ni reloj. La última noche del curso, logré corromper a unos compañeros venezolanos para sin autorización ir a averiguar sobre las noches de tan bella ciudad.

Pasaron los años, Colombia fue superando esa crisis de inseguridad, y he aquí que veintitantos años después, esa misma crisis viene y se aposenta indecorosa en nuestras calles.

La industria del sicariato funciona en RD con una eficiencia que ya quisiera para sí el Ministerio de Educación con sus textos desintegradores y sus intoxicaciones sin explicación, cancelaciones, sometimientos ni remedio.

El sicariato avanza con más “munidad” que un legislador en malos pasos. Ya ejecutan señores en motores 115 en la Churchill y en La Sarasota, como en Bogotá en los 80.

¿La policía? Bien, gracias. El plan para su modernización, profesionalización, capacitación y equipamiento está consensuado, tallerizado, analizado, escrito e impreso en todos los escenarios, incluido la PUCMM y Funglode. Entonces, ¿cuándo comenzamos?

(Cada mañana a las 7, por CDN, este y otros comentarios en El Bulevar con Pablo”. )

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