Listin Diario 13/04/09
Doña Yolanda anhela ver a Leonel de vuelta en la casa.
Doña Yolanda ha visto envejecer muy de prisa a su hijo Leonel. Cuenta cada cana en su cabeza, cada nueva arruga en su piel, cada alejamiento de la familia por los asuntos del gobierno. Ella óque en su juventud de exilio económico en Nueva York admiró a Fidel y criticó tanto a Balagueró comprende ahora, ya octogenaria, el halo de misterio que envuelve a los jefes de Estado, cuando ve a su hijo cargando en sus hombros un país de enormes incomprensiones, con tantas deudas sociales, donde todo está por hacerse.
El instinto de madre siempre le dice cuándo su hijo se siente abrumado o confuso por algún problema. Lo percibe al instante, cuando él la llama a deshora, a la medianoche, o aún más tarde, cosa que no es habitual. En esos casos Leonel nunca le dice nada para no preocuparla, y se conforma con darle las buenas noches y pedirle la bendición. Ella reza por él durante largo rato, le pide a Dios que lo proteja, le echa mil bendiciones... hasta que horas después cae vencida por el sueño.
Doña Yolanda Reyna Romero es una mujer profundamente religiosa, de temple acerado en el fragor de una vorágine laboral sin descanso en Nueva York, donde transcurrieron los mejores años de su juventud, mientras criaba a Dalcio y a Leonel. Haber educado a sus dos hijos bajo los rigores de una disciplina regia, sin permitirles excesos de ninguna naturaleza y bajo su control constante, le da la tranquilidad de que jamás incurrirán en ningún acto censurable. Por eso duerme con la tranquilidad de quien se siente en paz con Dios y con la sociedad. Esa es su mayor recompensa.
Pero ya quiere ver a Leonel tranquilo, leyendo, escribiendo y dando clases. Está deseosa de que su hijo “más chiquito” tenga el sosiego y la paz que nunca ha podido tener. Desea que este período de gobierno pase pronto y que Leonel pueda dedicarle tiempo a la familia, a sus hijos... “y ahora a su linda hijita, a su esposa y a su nietecita”.
Doña Yolanda habla de sus dos hijos con encanto y admiración. Dalcio, el mayor, le ha dado dos nietos, y Leonel tres. Dalcio lleva muchos años viviendo en Miami, pero pasa parte del tiempo aquí al lado de su madre. Ella también visita a su hijo mayor con alguna frecuencia y pasa cortas temporadas en Miami. Por razones de ocupación, Leonel no le puede dedicar todo el tiempo que quisiera a su mamá, y ella así lo comprende. Él, sin embargo, la llama todos los días. Ella no lo hace a menos que no sea en caso de mucha necesidad para no interferir en sus asuntos de Estado.
Esta es la primera vez que Doña Yolanda habla de su historia y de las interioridades familiares para un medio de comunicación. Nunca le ha gustado la figuración pública, a pesar de que es una mujer culta y de gran capacidad expresiva. Habla con fluidez y corrección y posee una memoria prodigiosa.
Su historiaDoña Yolanda tiene una hermana mayor, Elsa, y su madre era América Romero Mateo, de San Francisco de Macorís. Su padre era Manuel Reyna, de San Rafael del Yuna. Eran familias de posibilidades económicas, de lado y lado. Pero Manuel era muy dependiente de su papá, que era un hombre excesivamente generoso, “de esa gente que todo lo regala”. Como doña América vio que iban camino a la pobreza, regresó a casa de sus padres, a San Francisco de Macorís, y abandonó a Manuel, quien la siguió poco después.
Dos hermanos de la madre de Doña Yolanda-- Daniel y Ricardo Romero--, habían hecho un viaje de exploración a Barahona y se quedaron a vivir allí. Ellos invitaron a su hermana a que los acompañara, y en esa circunstancia América y Manuel terminaron viviendo en esa ciudad sureña, con sus dos hijas muy pequeñas. Yolanda tendría unos dos o tres meses cuando sus padres llegaron a Barahona.
Manuel Reyna era chofer de carro público. Hombre de criterio progresista, llegó a tener dos carros del transporte público, uno lo rentaba y en el otro trabajaba. Las cosas marchaban bien y las dos hijas del matrimonio fueron criadas en un buen ambiente social de clase media. Entre sus amigos y compañeros de estudios estaban Faroche Melgen y Jorge Abraham Hazoury Bahles, médicos que luego llegarían a tener gran nombradía como oftalmólogo, el primero, y como endocrinólogo, el segundo, fundador del Instituto de la Diabetes. El doctor Melgen era el padre del conocido médico oftalmólogo Salomón Melgen, y el doctor Hazoury era el padre del empresario y académico Abraham Hazoury.
Pero la Segunda Guerra Mundial complicó la situación familiar de Doña Yolanda. Sus padres decidieron salir de Barahona e instalarse en Santo Domingo, en el l942. Fue una muy mala decisión, opina doña Yolanda 67 años después, que para entonces era una adolescente de l7 años que atrás dejaba los estudios secundarios, a sus compañeros de clases, sus amigos y el medio social en el que siempre había vivido.
En la capital la familia Reyna Romero vivió por primera vez una pobreza extrema. Vivieron inicialmente en la avenida Braulio Álvarezóactual 27 de Febreroóesquina José Dolores Alfonseca, en el barrio San Carlos. “Fue una época de muchas precariedades, de enormes privaciones”. Como se vivían los momentos más difíciles de la Segunda Guerra Mundial, la dictadura de Trujillo aplicó medidas extremas de restricción. A los dos carros de Don Manuel los desguazaron, les quitaron los neumáticos y los dejaron inservibles, destruyendo así el medio de sustento de la familia.
A sus l7 años Doña Yolanda se vio forzada a trabajar para ayudar a sus padres. Como había iniciado estudios en la Escuela Nacional de Enfermería, en la calle Galván, frente a la Casa de Vapor, consiguió un trabajo de enfermera de segunda categoría en el hospital militar Marión, (actual Lithgow Ceara) que entonces se hallaba donde está hoy el Instituto Oncológico Heriberto Pieter, en la zona universitaria. Allí la colocó Dios al lado de Abel González.
Una entrevista al amigo sincero de su hijoDoña Yolanda ha abierto por primera vez a un periodista el espacio que con tanto esmero reserva en su casa a su hijo menor. Y aclara que esto sólo lo hace por el cariño, el respeto y admiración al autor, que reconoce como amigo sincero de su hijo. Está en el segundo nivel de la residencia. Allí hay una oficina completamente equipada, una sala de recibo con fotos, reconocimientos, títulos profesionales, pinturas y valiosos regalos de dignatarios internacionales al Presidente Fernández. En un área aparte, están el dormitorio privado de Leonel, vestidores y baños y un pequeño balcón con vista al patio interior donde Doña Yolanda tiene su bonito orquideario.
Hay libreros, adornos de pared y mesa de trabajo. Es un área que Doña Yolanda cuida con mucho celo y a la que sólo tienen acceso sus hijos y nietos… más nadie. Es en esta área donde está la vitrina con los objetos de mayor valor histórico de Leonel, entre ellos la Banda Presidencial y certificados de elección.
Aunque no suele hacerlo con mucha frecuencia por carecer de tiempo, a veces Leonel “se da su escapadita” de los tantos compromisos de Estado y se guarece donde su madre, echa su siestecita y se pasa un buen rato en la intimidad familiar. Y a pesar de que Doña Yolanda comprende el cúmulo de problemas que tiene su hijo encima, además de que tiene que cumplir con los compromisos matrimoniales y de su pequeña hija, como toda madre buena ella siempre espera al hijo en casa… aunque sea por un ratito.
La banda presidencial está bajo su cuidadoGran labor socialEn el hospital Marión trabajaba Yolanda Reyna, siendo prácticamente una adolescente. El doctor Abel González, que para entonces estaba en la plenitud de su ejercicio profesional, era el jefe de los servicios internos de ese centro hospitalario. Era un hombre de un gran sentido humanitario, identificado con los más pobres, gente que no tenía acceso a los servicios primarios de salud. Como Doña Yolanda vivía en un barrio pobre, estaba en contacto directo con personas enfermas de ese estrato social sin posibilidad de adquirir medicinas para sus padecimientos. A ella le tocó trabajar “mano a mano” con el doctor Abel González durante ocho años en el hospital Marión. Desde entonces se ha identificado doña Yolanda con los pobres y los desvalidos.
En esos afanes conoció a Doña Chucha, que vivía en una cuartería extremadamente pobre en la calle Jerónimo de Peña, cerca de su casa, y que en esa época comenzaba a ayudar a los ancianos y a los huérfanos del vecindario, a quienes les agenciaba medicinas y otras ayudas. Doña Yolanda recuerda que esa gente pobre se le acercaba todos los días con recetas que ella entregaba al doctor Abel González y éste le entregaba las medicinas en las noches.
Doña Yolanda recuerda con mucha pena aquellos tiempos en que tuvo que vivir con el dolor de tanta gente. Y rememora las virtudes del doctor Abel González, a quien define como un hombre de gran sensibilidad social. Sigue siendo amiga del doctor González, y él a veces la visita y recuerdan con cariño aquellos tiempos. Trabajaron juntos en el hospital Marión hasta el l954 cuando ella renunció para irse a Nueva York.
Trabajo... sólo trabajoDalcio y Leonel tenían cinco y un año, respectivamente, en el l954, cuando Doña Yolanda se fue a Nueva York con sus dos muchachitos. Atrás dejaba muchos afectos, la compañía de sus padres, a sus compañeros del hospital... Y mucha pobreza.
Su tía materna, Rosa Romero, la entusiasmó para que se fuera a Nueva York. Sus padres no querían que se marchara, pero entendían la necesidad de que su hija probara suerte en una ciudad que para entonces se abría a todas las posibilidades para los dominicanos deseosos de progresar trabajando, más para una mujer como doña Yolanda que, además de enfermera, se había hecho costurera por necesidad de confeccionarse ella misma su ropa.
En Nueva York trabajó incansablemente mientras sus hijos iban creciendo y asistiendo a la escuela. Primero vivió en casa de su tía en la ll6 street y Quinta Avenida, en Harlem, y más adelante se estableció con sus dos hijos en un pequeño apartamento de la calle 95 entre Brodway y Amsterdam, en Manhattan. Trabajaba en el Cabrini Hospital como enfermera y en una factoría de judíos como costurera. Los martes, miércoles y jueves entraba al hospital a las 3:30 de la tarde y salía a las ll:30 de la noche. Los viernes, sábados, domingos y lunes entraba al hospital a las ll:00 de la mañana y salía a las 7:00 de la noche. Las restantes horas del día trabajaba en la factoría. Ella recuerda a los judíos dueños de la factoría con mucho cariño porque durante nueve años que laboró allí siempre la trataron con respeto y distinción, al igual que en el Cabrini Hospital, regenteado por una congregación de monjas italianas.
Un privilegioYolanda Reyna Romero, 84 años, única madre de Presidente viva desde el l973, después de Doña Celia Ricardo viuda Balaguer. Antes, sólo Trujillo había tenido a su madre viva mientras ejercía el poder, “la excelsa matrona” Doña Julia Molina, a quien el país entero tenía que venerar y llamar “Mamá Julia”.
Pero Doña Yolanda está en su sitio. Jamás ha llamado a un funcionario o allegado de su hijo para pedirle un favor o sugerirle algo. Nadie nunca la ha visto en algún acto oficial, o en el Palacio, o en la Cancillería...Y ni pensar en alguna secretaría de Estado. Es una mujer humilde, callada, hogareña, sin mayores teneres que no sean primero su firme creencia en Dios y luego la confianza en sus dos hijos.
“...porque quiero ser como la violeta, que echa la flor debajo de las hojas”, dice en tono poético.
Ya en el otoño de su vida, Doña Yolanda vive rodeada del cariño de todo el que ha llegado a conocerla ócomo ser humano, no como la madre del Presidenteó y dedica la mayor parte del tiempo a la lectura y a darle cariño a sus nietos y biznietos y a cuidar su pequeño jardín, un precioso orquideario que riega todos los días para luego sentarse a escuchar el trinar de las avecillas. De vez en cuando llegan sus nietos, que son cinco, tres de Leonel y dos de Dalcio, y a veces le llevan sus tres biznietos, dos de Dalcio y uno de Leonel. Su último biznieto no tiene todavía tres meses.
Vive en una residencia de dos niveles en un sector de clase media, Las Praderas, entre las avenidas Luperón y Núñez de Cáceres. Sus vecinos la quieren y la respetan. Algunos óen particular doña Mayra Sifreó le acompañan en sus caminatas diarias. Mayra también comparte con ella el placer de escuchar las avecillas mientras disfrutan un jugo natural después de la caminata matutina.
Doña Yolanda también cose, algo que aprendió desde jovencita y que de tanta utilidad le fue cuando trabajaba en una factoría de judíos en aquellos años difíciles de Nueva York.
Al Palacio ha ido sólo dos veces en casi nueve años en que su hijo ha sido Presidente. Y en ambas ocasiones ha ido a “regañar” a Leonel, por razones que permanecerán siempre en la intimidad de ellos dos. Ha llegado a la oficina sin avisar...Y él ha reaccionado muy sorprendido “casi asustado” al ver a su madre en tan inesperada situación. Después del “regaño” ha salido como mismo llegó, sin aviso, sin aspavientos, sin que nadie la note.
Al único acto oficial que asiste Doña Yolanda es a la Asamblea Nacional cada 27 de Febrero cuando su hijo presenta la memoria anual y da un discurso a la nación, en ocasión de la Independencia Nacional. Pero después de ese acto no sigue en las conmemoraciones de la Independencia, no va al Tedeum de la Catedral y mucho menos al desfile militar ni al carnaval. Ella quisiera ir al Tedeum, pero se lo impide un problema de osteoporosis que, aunque tiene bajo total control, limita mucho sus movimientos. Eso sí, concluidos los actos oficiales de ese día, espera a Leonel que llega inmancablemente a su casaÖ Y allí se produce casi un rito que Doña Yolanda da a conocer ahora por primera vez:
¡Ella le quita la Banda Presidencial a su hijo!, la coloca sobre su cama…lo abraza, le da un beso...le acaricia el pelo. ¡Y entre ambos dan gracias a Dios!
Luego Leonel sale a la sala de la casa y recibe a algunos allegados y familiares muy íntimos con quienes comparte un rato, mientras Doña Yolanda se ocupa de doblar correctamente la Banda Presidencial, la coloca nuevamente en su cofre, la cubre con un fino lienzo de pana y la guarda celosamente otra vez en su lugar de siempre, una vitrina de caoba del segundo piso de la casa, en el espacio reservado a las cosas personales de su hijo menor.
Y si doña yolanda trabajaba día y noche… ¿Quién cuidaba a los muchachos?Tres días a la semana ella trabajaba de noche y madrugada y llegaba temprano en la mañana a la casa. Le daba tiempo para preparar el desayuno y dejar el almuerzo listo para cuando ellos regresaran de la escuela. Leonel estudiaba en la Public School-75, que está en la calle 95 y Western avenue, y Dalcio estudiaba en una escuela muy distante de allí, pero tenía la misión de llevar en la mañana y recoger en la tarde a su hermano menor, para estar de regreso en la casa a más tardar a las cuatro de la tarde, cuando religiosamente sonaba el teléfono y uno de ellos tenía que responder el llamado de su madre para saber que todo estaba en orden. Doña Yolanda llegaba presurosa dos horas después a prepararle el almuerzo a sus hijos.
Así pasaron los años... Un lustro después de la llegada de Doña Yolanda con sus hijos a Nueva York, Fidel Castro ganó su revolución en Cuba, y asumió el poder en enero del l959. Mientras tanto, aquí continuaba la dictadura de Trujillo. En la Casa se reunía un grupo de amigas a criticar la dictadura y a hablar de la heroicidad y el valor de Fidel. Entre esas amigas ella recuerda a América Gutiérrez, Bélgica Abreu, Justa Díaz, Daysi Sánchez, Clara Mateo y Linda Naranjo. Algunas ya han fallecido, pero otras aún viven. A todas doña Yolanda las recuerda “como si fuera ayer...”.
Leonel comenzó a interesarse en la política en esos tiempos, siendo un pre-adolescente. Su madre llevaba a la casa revistas y cuanta literatura sobre el proceso cubano cayera en sus manos, al igual que sobre el proceso dominicano después de la muerte de Trujillo. El gobierno del 1963 y el Golpe de Estado contra Bosch se vivió intensamente en aquel pequeño apartamento de Nueva York. Luego vino el gobierno de los l2 años de Balaguer. Por igual la casa de doña Yolanda fue por mucho tiempo escenario de comentarios sobre las ocurrencias en aquel período. Ella fue crítica de Balaguer y jamás ha compartido ni compartirá muchas de las cosas que pasaron en ese gobierno. Pero el tiempo le ha hecho reconocer algo:
¡No es verdad que los Presidentes todo lo saben...! ¡No es verdad que los Presidentes todo lo pueden evitar!
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